La costanera solía ser, en esas tardes, su recorrido predilecto. Estaba solo, caminaba solo. Observaba en cada ocasión a las hermosas mujeres que circulaban de un lado o del otro de la acera. Nada lo sorprendía, nada llamaba su atención.
En el medio del recorrido, decidió arrimarse a la costa, en las denominadas "puntas", en donde la belleza del agua y el horizonte se pueden apreciar mucho mejor. Su botella iba por la mitad, y las canciones ya lo aburrían. Prefirió el canto de los pájaros, el griterio de los niños y el ruido de la ciudad.
Se sentó en un banquito de cemento, trataba de reflexionar, pero...pero no podía. Un perfume de rosas, muy rico, invadía su olfato y llamaba su atención. El viento se encargaba de acercárcelo desde el otro extremo de la "Punta sin Nombre", no podía ignorarlo, lo acaparaba en su totalidad.
De repente, su vista creyó ver algo...una mujer sentada con los codos sobre las rodillas y las manos sobre su cara. Estaba llorando. La dramática escena resaltaba del contexto, cálido y abrazador. El decidió acercarse. Era un placer seguir a esa eminicencia de perfume que lo guiaba a la calidez de una mujer frágil...que por alguien como él, derramaba lágrimas.
Se sentó a su lado, y ella con verguenza lo miró secándose las lágrimas. Le pidió que la dejara sola. El sabía que no podía dejarla, algo le decía que debía quedarse allí. Su rostro era precioso, una verdadera obra de arte, su cabello ondulado se amacaba sobre el mismo al compás del viento. Y a pesar de que ella se sentía mal y lo había rechazado, a él le gustó lo que veía, le gustó lo que en ese momento... sintió.
Ella volvió a pedirle que se vaya, pero el insistió. Le preguntó que le pasaba, y ella le dijo que alguien jugó con su corazón, que no quería saber nada de nada con los hombres, que no quería ver a ninguno. El entendió, y se dió la vuelta. Camino unos pasos, y ella gritó pidiendole que se detenga. El giró acudiendo a su llamado y ella, sorpresivamente lo abrazó. Sus cuerpos, por unos segundos...se fundieron, y el constató la desazón, el dolor de la chica, que en ese momento humedecía con lágrimas el pecho de su remera.
El momento que vivió causó una gran emoción.El pudo sentir que alguien lo necesitaba. Y ella, pudo sentirse protegida, contenida y quizá esperanzada.
Ella lo soltó y emprendió retirada. Corrió a cuanto le dieron sus cortas piernas. El atinó a gritarle pero...su garganta no le respondió.El perfume se fué tan rápido como la tarde. Y él, tratando de adivinar su nombre se sentó. Miró al cielo...y derramó una lágrima con la belleza del ocaso...