martes, 12 de mayo de 2009

Ellos y el ajo

Estaba esperando un remisse que me lleve a casa. Hacía calor, se acercaba la hora de comer. Mis gafas oscuras, al estilo ramone me ayudaban a abrir mejor los ojos, a desafiar los rayos del sol. ¿Viste cuando estas colgado, esperando, y nada aparece? Son esos momentos en donde uno presta un poco más de atención a su entorno.

En esa espera, veo venir a duras penas y haciendo equilibrio, a un tipo, joven, de no más de 30 años, en bicicleta, de esas transformadas en utilitario con el cajón de manzana en la retaguardia. Andaba con su hija en el caño de la bicicleta, aparentaba tener 10 años, uno más, uno menos, no hace a la cuestión. Era una niña.

De pronto, el padre intenta estacionar sobre el cordón, y hace unas señas hacia el interior de la plaza en donde estábamos ubicados. Estaba llamando a quien aparentaba ser su mujer, su pareja, que también estaba acompañada de un bebé. Ambos se encontraron e hicieron cuentas, contaban las moneditas. Vendían tiras de ajo, en bicicleta, con sus hijos, por toda la ciudad. Se notaban contentos, es más, el abrazo que se dieron fue emocionante, fue la completa sencillez. Les había quedado una sola tira de ajo, la venta fue buena. Las panzas se regocijaban al saber que se venía una buena dosis de alimento, quizás un buen guiso, para abandonar el rutinario puchero, o el fiambre y el pan.

La pareja se debatía quien llevaría a la niña hasta la casa, mientras ella jugaba juntando palitos del suelo, descalza, con un pantaloncito rojo, acomodándose elegantemente su cabello a la altura del hombro. Aparentaba ser simpática. El más pequeño, estaba sujeto a una especie de asiento improvisado por el manubrio de la bicicleta de la madre, contemplaba el verde de los árboles. Se percibía la alegría de la familia, al fin unos putos pesos.

Ahí fue el quiebre, fue ese el momento. Mierda que no hay nada que no permita soñar, nada que pueda contra la fuerza del trabajo y la esperanza de algo mejor. Nada que pueda más que el amor de un padre por que su hijo tenga para comer. No tendrán lujos, tal vez no tengan mas que un techo, no tienen internet ni televisión digital, ni hablar de un celular. No les interesa la política, ni el precio del dólar. A ellos los une lo más humano, el sobrevivir, con amor, con esperanza, con trabajo.

La miseria los ataca, pero mucho no puede hacer. Esas pieles ya están curtidas, saben lo que es vivir. Hoy los envidio sanamente, por su simpleza y sencillez, por su unión y su alegría, por sus ganas de soñar. Ellos son cuatro, y se aman, ellos venden ajo, y por lo menos hoy, son felices.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

la felicidad se encuentra en las cosas mas simples,las mas pequeñas...esas que en este mundo se vuelven casi imperceptibles en medio de tanto materialismo a nuestro alrededor...
ojala todos pudieramos conservar la simpleza y humildad de esa flia,tal ves asi seriamos un poco mas humanos... muy buena tu reflex enzo!! besos tkm marian!

Federico Avila Corsini dijo...

Te Felicito
un analisis espectacular
y a la vez tan difisil de comprender para muchos

saludos
gracias por pasarte
y acompañar mi proyecto